Antes de nada, permitidme excusarme. La verdad que este año 2021 he tenido el blog bastante desatendido. Si uno trata de pensar en posibles razones se juntan muchas a la vez. Tratar de recuperar la vida «normal» haciendo esas cosas que todos echamos de menos, unido a la falta de inspiración y, por qué no decirlo también, una cierta pereza han provocado que este año no haya dado la murga demasiado. Pero no quería despedir el año sin escribir unas líneas sobre un tema que lleva varias semanas rondando mi cabeza.
A mediados de noviembre se aprobaba la enésima reforma educativa saltando esta vez la polémica en torno a la posibilidad de lograr un título de Educación Secundaria o Bachillerato teniendo un suspenso. Esta medida fue ampliamente contestada y recibió críticas de la derecha mediática argumentando la búsqueda de una «sociedad del borreguismo» o augurando un futuro de «falta de meritocracia».
Bajo este contexto, me ha parecido relevante reflexionar acerca de la medida en sí misma y analizar si verdaderamente vivimos en una sociedad meritocrática.
En este sentido, hablar de repetición en el sistema educativo es sinónimo de hablar de fracaso. Cuando un estudiante repite estamos ante un fracaso, no del propio alumno, sino del sistema que no ha sabido reaccionar anticipadamente y acaba provocando una consecuencia muy dañina. A pesar de que muchos políticos consideren la repetición una política benigna o incluso justa, este tipo de medidas suponen un coste emocional muy alto para el estudiante y la evidencia empírica demuestra que no conlleva lograr mejores resultados al año siguiente. De hecho, resulta una medida especialmente frustrante y difícil de entender en otros contextos. Imaginemos a un trabajador que comete algunos fallos en su día a día. Es imposible considerar que a esta persona se le obligue por ello a repetir por completo el trabajo realizado. Algo así sería completamente absurdo. Pero es que además es una medida muy cara. Si atendemos a las cifras que ofrece la OCDE el coste de las repeticiones supone un 13 % del gasto total en educación primaria y secundaria en España.
Además, la medida se muestra como ineficiente ya que no cumple los objetivos para los que teóricamente fue pensada. Alguien podría pensar que gracias a la repetición, conseguiríamos recuperar al estudiante y lograr que cumpla los objetivos al año siguiente. Pues bien, los datos vuelven a demostrar lo contrario como así lo evidencian los informes PISA de cada año demostrando que no sólo no existe nivelación, sino que los resultados académicos de los repetidores acaban siendo peores.
La pregunta por tanto es ¿Por qué insistir en una medida cara, ineficiente y de alta frustración para aquellos que la sufren?
Mejores alternativas en este sentido, representan otras políticas más baratas y que ayudan a lograr los objetivos de no perder estudiantes por el camino como son la tutorización de los estudiantes más rezagados estableciendo programas de refuerzo que les ayuden a conseguir los objetivos educativos.
Hasta ahora, hemos visto que la repetición poco ayuda a mejorar el sistema educativo. En cualquier caso, un argumento clásico a su favor es que ayuda a mejorar la meritocracia del sistema. Es decir, incluyendo una medida de tal calibre logramos demostrar que el que aprueba lo hace porque se lo merece y el que repite también. Este razonamiento, además de ser una falacia supone no entender que el éxito o el fracaso de los estudiantes no sólo está ligado a su esfuerzo académico, sino que está condicionado por otras muchas variables.
De hecho, las principales variables que condicionan el éxito o el fracaso de un alumno están relacionadas con el nivel socioeconómico, el nivel de estudios superiores o las inquietudes culturales de sus padres. Tener éxito académicamente no sólo está correlacionado con el nivel de esfuerzo del alumno, sino que todo lo que hay a su alrededor pesa mucho más. No quiere decirse que aquellos que logran los objetivos académicos o son estudiantes brillantes lo son por la situación que se vive en sus casas, pero sí que no existe el mismo derecho al fracaso dependiendo de la situación de cada alumno.
Tengamos en cuenta aspectos que no cubre el sistema educativo público como el refuerzo de estudiantes a los que les cuesta más cumplir con los objetivos. En estos casos, las familias con niveles de renta superiores pueden permitirse optar por clases privadas de refuerzo. Pero es más, aquellos progenitores con mayor nivel de estudios estarán en mejor posición de apoyar a sus hijos que aquellos que no los tengan. Igualmente, no me gustaría olvidar que aquellas familias con mayor nivel de ingresos y con estudios superiores sabrán gestionar mejor con los colegios e institutos una situación de dificultad académica de sus hijos porque conocen mucho mejor el sistema educativo del que formaron parte previamente.
Tampoco deberíamos olvidar que la repetición puede tener un cierto componente de arbitrariedad. Existe evidencia que demuestra que los profesores tienden a poner notas a sus alumnos utilizando una distribución normal. Esto significa que un estudiante mediano sacará mejores notas cuanto peor sea el nivel de la clase. O lo que es lo mismo, un estudiante con un nivel cercano al aprobado podría estar repitiendo en una clase con mayor nivel o pasar de curso si el nivel conjunto es inferior.
Teniendo estos aspectos en cuenta es difícil aceptar que podamos hablar de meritocracia en el sistema educativo. Si los alumnos más ricos tienen un suelo de cristal que le impide fracasar o hay arbitrariedad en las calificaciones derivadas del nivel conjunto de la clase, no estamos ante un sistema basado en la meritocracia. Con todo, no se trata de decir que quien obtiene el éxito no lo merezca. Si ponemos un ejemplo, todos conocemos casos cercanos donde alguien con todo en contra ha sido capaz de ascender socialmente y convertirse en un profesional de éxito. Eso está fuera de dudas y representa un valor fundamental de lo que supone el sistema educativo público. En cualquier caso, el modelo sigue siendo imperfecto porque no permite a todos por igual tener una segunda oportunidad. Cuando existen dificultades, la probabilidad de quedarse por el camino está muy condicionada por factores que poco tienen que ver con el esfuerzo, sino con la desigualdad de la sociedad. Mientras el ascensor social no consiga cubrir el derecho a fracasar, la meritocracia seguirá siendo un cuento chino