En paralelo a la tercera ola de la pandemia, asistimos a una nueva tendencia informativa en nuestro país a raíz del movimiento que están realizando algunos YouTouber’s que han decidido cambiar su residencia fiscal a Andorra para ahorrar en el pago de impuestos. Esta situación no supone ninguna novedad, puesto que ya en los 90 Arancha Sánchez Vicario decidió modificar (o simular mejor dicho) su residencia fiscal al país vecino para ahorrar en la factura fiscal mientras presumía de muñequera patria. Lo mismo han hecho otros deportistas de supuesto éxito como Fernando Alonso o Jorge Lorenzo.
Esta noticia vuelve a poner en tela de juicio la cantidad de impuestos que pagamos e incluso si es sistema puede llegar a ser confiscatorio. Hoy nos proponemos revisar cómo de elevado es nuestro sistema fiscal y qué objetivos tiene el mismo para dar algo de luz al asunto.
Empecemos revisando lo que supone el sistema fiscal para el conjunto de la economía. Conviene decir en este punto que establecer un indicador que ayude a identificar la dimensión del conjunto de tributos no es sencillo. No existe un indicador que no represente ciertas limitaciones o tenga asociado algunas debilidades que impidan llegar a conclusiones inequívocas. No obstante, conviene decir que lejos de lo que defienden algunos medios de comunicación supuestamente liberales, tratar de medir la dimensión del sistema tributario a través del esfuerzo fiscal es equivocado. No nos extenderemos en este artículo en argumentar los motivos, pero si nos ha parecido conveniente indicar que es un indicador denostado por toda la doctrina académica. Es más apropiado medir la dimensión de los impuestos en cualquier país utilizando otro indicador como es la presión fiscal por ser más homogéneo y por permitirnos comparar la situación de países diferentes. En este sentido, es importante indicar que la presión fiscal representa la cantidad de tributos pagados en una economía como porcentaje sobre el PIB. En estos términos si atendemos al gráfico siguiente podemos observar fácilmente que la presión fiscal en España no es muy elevada si nos comparamos con el resto de nuestro socios europeos. De hecho, España sitúa su presión fiscal en un 35 % cuando la media europea es del 40 %.
No parece en este primer término que los impuestos sean excesivamente elevados en nuestro país. Sin embargo, observemos algún indicador adicional para profundizar un poco más. Otro de los aspectos que se suele indicar es que el tipo marginal del IRPF en España es muy alto. Atendiendo de nuevo a la comparativa europea, nuestro país tiene un tipo marginal del IRPF de media del 43.5 % muy alejado de algunos de nuestros vecinos como Francia (55.6 %) o Suecia (60.2 %).
Podríamos seguir revisando otro tipo de indicadores, pero estos ejemplifican muy bien que nuestro sistema tributario no puede decirse que sea «excesivo» si nos comparamos con los países de nuestro entorno. No obstante, lo que si es cierto es que tiene muchos defectos y conviene debatir acerca de su reforma. Es preciso avanzar hacia un sistema en el que los que más ganan paguen más y donde todos aquellos que ganen los mismo acaben pagando lo mismo. Las numerosas deducciones existentes en los principales tributos y la picaresca de muchos trabajadores por cuenta propia llevan a que la sensación de los ciudadanos es que el sistema no es justo.
Por otra parte, conviene explicar que muchos de las propuestas políticas que abogan por mejorar la justicia del sistema precisamente pueden provocar un efecto contrario. Por ejemplo, ciertos sectores de «la verdadera izquierda» apuestan por subir los impuestos a los más ricos. Sin embargo, identifican a los más ricos con aquellos sujetos que tienen rendimientos del trabajo por encima de 120.000 euros. Si bien es cierto que estos ciudadanos tienen una renta muy importante, también lo es que el sistema ya se encarga de que de contribuyan en su justa medida. Sería más deseable identificar a los «verdaderos ricos» que no están sujetos al IRPF y que acaban por burlar al sistema a través de complejas infraestructuras de ingeniería fiscal. Seguramente apostar por lo segundo estropea el twit fácil, pero puede que profundizar en este punto ayude a mejorar la calidad de vida de la gente.
No me gustaría olvidar tampoco que existe una cierta creencia en la ciudadanía donde se asocia el pago de impuestos con un robo por parte de las administraciones públicas. Desde luego, los impuestos deberían debatirse y evitar que distorsionen la actividad económica, pero resulta bastante pobre desde el punto de vista intelectual asociar impuestos a un robo por parte de la administración. Deberíamos ahondar en la pedagogía y explicar mejor que los impuestos contribuyen a financiar los servicios públicos. Del mismo modo, es preciso generar cierta conciencia de comunidad donde se abandonen argumentos falaces como «yo me pago lo mío» porque directamente son falsos. Contribuir a través de impuestos ayuda a construir comunidad, financiar los servicios públicos y evitar vivir en un Estado fallido. Desde luego que en nuestro país es necesario mucho debate y mucha reflexión sobre el uso de los recursos públicos, pero no olvidemos que la situación que vivimos por la crisis de la COVID-19 no se paga de la nada. Los hospitales, las UCIS y el desarrollo de la única esperanza han sido financiados con recursos públicos gracias a los impuestos que pagan los ciudadanos. Y eso es importante tenerlo en cuenta. Lo mismo sucede con aquellos que reclaman ayudas públicas en momentos de crisis, pero que han buscado eludir el pago al fisco. No se puede sorber y soplar al mismo tiempo.
Al final nos hemos olvidado de los YouTuber’s. Quizá haya sido lo mejor.