La crisis de la covid-19 ha atacado de lleno al proceso globalizador. De repente, las premisas sobre las que se asentaba la globalización actual se han desvanecido ante la pandemia. Los viajes, el comercio internacional y el consumo generalizado de bienes y servicios globales de repente se ha detenido a causa de la cuarentena. Sólo siguen activos los movimientos de los mercados de capitales.
Debemos partir contextualizando la situación de la propia globalización hasta la Gran Recesión del año 2008. Hasta entonces, la globalización no dejó de crecer y poco a poco el proceso empezó a caracterizarse por lo que podemos denominar hiperglobalización. Esta, se caracteriza por llevar el concepto de globalización al extremo. El comercio internacional incentivó la deslocalización del trabajo en los países desarrollados hacia las economías emergentes donde el factor trabajo era más barato. Esto provocó en primer término crisis de empleo en aquellos lugares más intensos en industria y una crisis del modelo tradicional de los países desarrollados. Igualmente, la actitud de las empresas globales por llevar la globalización al extremo llevó a que en muchos casos los derechos humanos y las condiciones de trabajo de los nuevos productores no se respetaran. Por otra parte, la idiosincrasia cultural de cada región ha ido dando paso a una identidad cultural global y cada vez es más difícil diferenciar si uno pasea por una gran ciudad asiática, europea o americana. Todo este clima se vio favorecido por un contexto de completa desregulación que consiguió avanzar hasta que la crisis de 2008 estalló. En ese punto, derivado de las consecuencias propias de la Gran Recesión, el proceso globalizador se ralentizó, sin llegar a retroceder.
Bajo este marco y antes del estallido de la crisis sanitaria la globalización se estaba viendo afectada por la guerra fría comercial entre Estados Unidos y China y por el auge de los nacionalismos en algunos países desarrollados contrarios al proceso.
Ahora la emergencia sanitaria como comentábamos al principio provoca que muchas de las características positivas del proceso se hayan visto detenidas de golpe. Esto nos lleva a pensar cómo va a quedar este proceso una vez que superemos la crisis sanitaria. ¿Es posible prever un retroceso en la globalización? ¿Asistiremos a un auge de los nacionalismos que apuesten por el proteccionismo comercial? ¿O por el contrario, estamos ante un proceso que no tiene vuelta atrás y que simplemente se ha detenido momentáneamente?
Aún es pronto para especular acerca de lo que puede suceder porque no estamos padeciendo aún las consecuencias económicas de la pandemia. No obstante, conviene precisar que a pesar de lo que pueda parecer el proceso globalizador no se ha detenido. Los Estados necesitan seguir comerciando, ahora especialmente a través del mercado sanitario y frente a lo que se pudiera pensar no hay países capaces de abastecerse por sí mismos de productos sanitarios de forma exclusiva. Ni siquiera los líderes en este ámbito, China, Alemania o Estados Unidos han podido y necesitan comerciar con el resto de actores globales.
Digo esto porque es un signo de que el proceso globalizador no se puede revertir. Es posible que pueda crecer a un ritmo más lento o que incluso podamos sufrir un ligero retroceso, pero la globalización llegó para quedarse.
Los países y los organismos multilaterales deberían aprovechar esta crisis para robustecer el proceso y darle un tinte más inclusivo y ético. Aprendamos de los errores del pasado y sepamos ver que el nacionalismo y el proteccionismo es peligroso para todos. Eso implica como venimos defendiendo en estas páginas apostar por modelos de crecimiento que no dejen a nadie atrás. No es admisible volver a crear perdedores de la globalización que sean el caldo de cultivo de movimientos totalitarios. Es cierto que el multilaterlismo es casi una utopía, pero existen actores internacionales de gran peso que pueden dar pequeños pasos para transformar el proceso. Sin ir más lejos la Unión Europea debe seguir siendo el contrapeso al autoritarismo y liderar la apuesta por un multilateralismo integrador. Pero para eso, deberá dar su propia respuesta clara al reto al que nos enfrentamos.
La covid-19 puede transformar la globalización y probablemente las cadenas de producción pasen a ser a partir de ahora más regionales. Sin embargo, también es cierto que esta crisis ha dejado dos lecciones importantes. Por un lado, la cooperación global para lidiar con fenómenos que trascienden fronteras es fundamental y por otro, hay una importante oportunidad de aprovechar la transformación digital como eje que impulse un proceso globalizador asentado en premisas diferentes. Lo comentaremos.