La semana pasada conocíamos el dato del déficit del Estado español hasta agosto de 2012. De acuerdo con los datos ofrecidos por la Secretaría de Estado de Presupuestos, la cifra de déficit supera en dos décimas el nuevo límite que impuso la Unión Europea, enmarcado en el programa de estabilidad presupuestaria para reducir el déficit al 3 % en dos años.
Hasta agosto, el déficit del Estado ascendió hasta los 50.132 millones de euros (9.634 más que en el mismo periodo del año anterior), equivalentes al 4,77% del producto interior bruto (PIB) en términos de Contabilidad Nacional.Estos datos evidencian que, a pesar de los esfuerzos fiscales (reducciones drásticas del gasto público e incrementos de impuestos), España tiene sumamente complicado cumplir con el objetivo marcado a final de año.
Por ello, hoy nos preguntamos ¿por qué no se reduce el déficit? ¿Dónde reside el problema?
La respuesta la tenemos en la errónea concepción de que si, por ejemplo, el Estado tiene un desfase presupuestario de 40 unidades, reduciendo el gasto en 30 ya únicamente estaremos en 10 unidades negativas. En este razonamiento se entiende que al reducir el gasto los ingresos se van a mantener constantes, supuesto que no se cumple en el caso de las finanzas públicas.
La cuestión, por tanto, es ¿por qué reduciendo el gasto afectamos a los ingresos? Para tratar de analizarlo tenemos que hacer referencia a la composición del Producto Interior Bruto:
Consumo + Inversión + Gasto Público + Exportaciones – Importaciones
Cada uno de estos componentes tiene una sensibilidad mayor o menor en el crecimiento económico. La variable con mayor sensibilidad es el Gasto Público, de modo que incrementos del mismo influyen en el resto de variables provocando que un incremento del Gasto Público tenga como consecuencia un aumento del crecimiento económico en una proporción mayor. Esto en economía se conoce como el multiplicador del gasto público. Lo mismo sucede con bajadas de impuestos.
Este razonamiento también se produce a la inversa. Es decir, si se reduce el gasto público, componentes como el Consumo y la Inversión se ven afectados. Por tanto, el crecimiento económico se lastra en una proporción mayor.
De esta manera, si tenemos en cuenta que nuestro sistema fiscal está muy ligado al ciclo económico (en épocas de bonanza los ingresos fiscales se disparan y en momentos de crisis se desploman) podemos entender por qué el déficit no se reduce según al razonamiento que explicábamos al principio.
Lo que queremos evidenciar con este análisis es que la política fiscal es equivocada si su objetivo es la reducción del déficit. De hecho, si continuamos así vamos a provocar que la hemorragia no se detenga. Por consiguiente, se requiere que el gobierno opte por políticas que tengan como objetivo el crecimiento económico. Consiguiendo que la economía crezca, se recuperará la recaudación y será mas factible luchar contra el déficit público. No se puede seguir concibiendo una economía de un Estado como si se tratara de un particular o una empresa. Se trata de un error provocado por el excesivo reduccionismo que evita tener en cuenta las complejidades que solo el PIB ostenta.
Del mismo modo, se hace necesario realizar una reforma fiscal en profundidad que elimine la excesiva correlación entre crecimiento y recaudación. Para conseguir este objetivo es imprescindible implementar tributos cuyo componente normativo asegure una recaudación estable. De hecho nuestro sistema fiscal, cuyo desarrollo se realizó en los años ochenta, se halla desfasado para la nueva realidad a la que se enfrenta nuestro país.
Únicamente identificando bien el problema y olvidando razonamientos reduccionistas y apresurados se podrá atajar la grave situación de nuestro país. Nuestros representantes deberían darse cuenta de que la principal dificultad es el estancamiento del crecimiento económico y no el déficit público. Este último es una consecuencia y sólo se conseguirá solventar si se ataca el problema.