Recientemente el Ministerio de Consumo publicaba su intención de proponer un nuevo impuesto que afecte a las bebidas azucaradas. Tasas de este tipo ya han sido implementadas por más de 30 países y algunas ciudades de Estados Unidos. De hecho, para el sistema fiscal español este tributo no es una novedad pues ya ha sido implementado por la comunidad autónoma de Cataluña.
Siempre que los gobiernos plantean nuevas figuras impositivas la respuesta de muchos agentes económicos suele ser la protesta generalizada debido al afán recaudatorio de los mismos y a que pueden afectar a la eficiencia de la economía.
Sin embargo, a pesar de que es cierto que establecer un impuesto puede “distorsionar” la economía, también lo es que existen ciertos impuestos que precisamente realizan lo contrario. Es decir, ayudan a mejorar la economía. Y esto no lo dice ningún peligroso socialcomunista, sino que es defendido incluso por economistas plenamente liberales como pudiera ser el famoso Xavier Sala i Martín que aboga por apostar por este tipo de impuestos permitiendo así reducir otros, que según él, si que provocan pérdidas de eficiencia en la economía como pudieran ser el IRPF o el IVA.
Este tipo de impuestos “beneficiosos” para la economía son conocidos en el argot como impuestos pigouvianos. Deben su nombre al economista francés Arthur Pigou y suponen una respuesta para tratar de resolver los problemas que representan las externalidades negativas.
Llegados aquí deberíamos detenernos en qué entendemos por externalidad negativa. Las externalidades son efectos indirectos de las actividades de consumo o producción. Estos efectos a veces pueden ser positivos y en otras ocasiones negativos. Los ejemplos clásicos suelen ser el consumo de tabaco o la contaminación. Pues bien, el consumo de azúcar de forma descontrolada también puede considerarse como una externalidad negativa que tiene efectos adversos para el conjunto de la sociedad y de la economía materializados por ejemplo en un mayor gasto sanitario o en la reducción de la esperanza de vida.
Pues bien, existe una alternativa para corregir las externalidades negativas que se materializa en lo que denominábamos como impuestos pigouvianos. Gravando una actividad que causa perjuicios al conjunto de la econonomía obtendremos dos beneficios. Por un lado, se podría aumentar la recaudación pública y reducir otros impuestos y, de otro, seríamos capaces de reducir el volumen de dicha actividad hasta niveles “menos perjudiciales”.
Bajo este paradigma se podría situar un impuesto que grave el consumo de azúcar. Lo importante en este caso será cuantificar cómo debe ser el gravamen y la forma de materializarlo. Una posible alternativa es vincular el impuesto a la proporción de azúcar que tenga cada producto. Teniendo eso en cuenta, lo que nos dice la teoría es que para corregir la externalidad deberíamos establecer un impuesto igual al coste marginal del daño causado a otros. La principal crítica que se suele hacer a este tipo de impuestos es que es muy díficil cuantificar el daño. Es cierto. Sin embargo, también es cierto que no debería ser una crítica hacia este tipo de impuestos, sino probablemente hacia el conjunto de un sistema fiscal. Por todos es sabido, que en muchas ocasiones se establecen impuestos sin cuantificar correctamente su impacto en la economía y en la recaudación pública. Establecer impuestos que pueden ayudar a corregir impactos negativos en la economía y además ayudar a mejorar una lastrada recaudación son un avance en la dirección correcta de lo que debería ser un sistema fiscal.