La crisis del coronavirus está demostrando que a pesar de tener un alcance global no está afectando a todos por igual. En este momento, la evidencia nos dice que los jóvenes normalmente superan la enfermedad y las personas de mayor edad tienen más posibilidades de no hacerlo. Lo mismo sucede en términos económicos. Los más ricos normalmente están aguantando las consecuencias económicas de la pandemia, pero los pobres sencillamente no pueden hacerlo.
Las estadísticas de los distintos organismos internacionales evidencian un incremento muy importante de las tasas de pobreza extrema. Debemos entender como pobreza extrema a la percepción de menos de 1.9 $ al día. En este sentido, atendiendo a cifras del Banco Mundial se espera que el número de personas en esta situación se incremente en 70M-100M durante este año. Son cifras dramáticas que vienen a suponer una ruptura en una tendencia que mostraba décadas de progreso en la lucha frente a esta situación.
Si bien es cierto que con el avance en los desarrollos de las vacunas o de los posibles tratamientos frente a la enfermedad la economía global debería volver a la senda del progreso, también lo es que llevará años recuperar lo perdido durante 2020. Esta situación puede ser soportada más o menos por las economías más avanzadas. Sin embargo, los países más pobres no pueden permitirse esperar tanto.
Debemos tener en cuenta que las economías ricas están dedicando aproximadamente un 10 % de su PIB a paliar los efectos de la pandemia, aunque algunos como el caso español no pueden permitirse tanto. De otro lado, las economías emergentes apenas superan la dedicación del 3 % de su PIB y los países más pobres no alcanzan el 1 %. A esta débil intervención pública debemos unir que los estados de bienestar de los países menos avanzados son casi inexistentes y la implantación de instituciones que garantizan un cierta asistencia social no existen en estos entornos.
Bajo este contexto deberíamos pensar que las donaciones y la ayuda exterior podría ayudar a paliar la situación de los países más pobres. Sin embargo, que los países más avanzados deban responder a la situación crítica de sus economías está provocando que la ayuda exterior se esté reduciendo. Este aspecto resulta inadmisible no sólo por los aspectos éticos y morales que supone, sino también en sentido estricto económico. Generar sectores o sociedades que se queden atrás debido a la pandemia pueden suponer un problema mucho mayor en el futuro que no sólo podría tener consecuencias económicas, sino también geopolíticas o de auge de movimientos antioccidentales.
A pesar de la reducción de la ayuda exterior, podríamos entender que la ayuda de los organismos supranacionales podría ayudar a crear un cierto colchón para luchar contra la pobreza. Sin embargo, los datos evidencian que a pesar de que organismos como el FMI o el Banco Mundial estén incrementando la emisión de préstamos, sólo el 31 % está llegando a las economías más pobres.
Tampoco ayuda ver cómo se están enfrentando a la crisis del coronavirus algunas de las economías más afectadas. Sirva de ejemplo el caso mexicano, donde no sólo no se han implementado nuevos programas de asistencia social, sino que se han decretado reducciones de impuestos a importantes empresas multinacionales. Por no decir que cuando se implantan posibles programas de ayuda, estas economías deben enfrentarse a un problema de corrupción endémica y de unas instituciones muy débiles.
Toda esta situación hace pensar ¿cómo se pueden implantar medidas que ayuden a luchar contra la pobreza extrema? En este sentido, es importante diferenciar Estados con instituciones fuertes y desarrollo económico avanzado. Es decir, en países como España la lucha frente a la pobreza extrema (por cierto, merece la pena revisar nuestros datos para darnos un baño de humildad) puede instrumentalizarse a través de programas asistenciales, formación para la reconversión laboral e incluso emisión de ingresos directos a los afectados como el ingreso mínimo vital. Sin embargo, esta estrategia no funciona en las economías menos desarrolladas debido a la existencia de corrupción constante que hace el dinero se pierda por el camino. La opción más interesante en estos casos es la ayuda directa a los más pobres. A través de esta, los ciudadanos pueden suavizar algo su grave situación y al menos acceder a los servicios más esenciales. No quiere decir esto que vayamos a mejorar a largo plazo su situación, pero en un contexto como el actual se hace necesario implementar programas urgentes de este tipo.
Todo ello, no debería ser obstáculo para abandonar otros programas más estratégicos de lucha contra la pobreza. Durante años, a pesar de la creencia popular, se ha mejorado este índice poco a poco y se ha conseguido extinguir ciertas enfermedades a nivel global (caso reciente de la polio). Por ello, la prioridad debe seguir siendo trabajar para garantizar programas de salud básica que permitan a los menos favorecidos ir construyendo las bases de un modelo económico que les permita mejorar poco a poco. Frente a cierta creencia occidental, sin salud no existe economía que valga.