La actualidad económica continúa centrada en la sostenibilidad del sistema de pensiones, la posible ralentización del crecimiento económico o los planes presupuestarios del Gobierno Sánchez para 2019. Sin embargo, existe un grave problema para la economía que pasa prácticamente desapercibido: la precariedad infantil y juvenil. La cuestión es tan seria que no se entiende que no centre el debate político teniendo en cuenta que afecta a un sector importante de la población y que además si no somos capaces de gestionarlo bien podría hipotecar el futuro económico de nuestro país. Se podría decir incluso parafraseando una famosa serie de televisión ¿es que nadie va a pensar en los niños?
Hoy nos proponemos repasar la situación infantil y juvenil, cuáles son las causas de su precariedad y qué podríamos hacer para tratar de mejorar las condiciones de visa de un sector de la población muy heterogéneo (y por tanto sin voz propia) que representa el futuro de nuestra sociedad.
Comenzaremos hablando de tasas de riesgo de pobreza infantil. Antes de analizar los datos nos gustaría ofrecer un concepto para este término. Existen múltiples definiciones pero nos ha parecido muy interesante el que ofrecía el Alto Comisionado para la Pobreza Infantil del Gobierno de España, quien aseveraba que un niño es pobre cuando no puede hacer las cosas que le hacen desarrollarse plenamente. Teniendo en cuenta este concepto pasamos a analizar los datos de pobreza infantil y su evolución desde que se inició la Gran Recesión en 2008.
Fuente: INE y elaboración propia
Como se puede observar el grupo de edad menores a 18 años presenta tasas de riesgo de pobreza cercanas al 30% en todo el periodo de la crisis. Es cierto que la evolución desde el año pasado tiende a descender, pero las tasas son inasumibles si la comparamos con el Total de grupos de edad o con el sector de la población de edad más avanzada que como bien se puede observar en la gráfica redujo la pobreza a lo largo de la crisis económica, aunque en los últimos dos años ha repuntado. Parece por tanto, que el Estado de Bienestar ha abandonado a los sectores más jóvenes de la población debido a que ante un shock económico se han visto más afectados que el resto de grupos de edad. Es por ello que, cuando se revisan los datos no se acaba de entender que las movilizaciones de los pensionistas vayan dirigidas a reivindicar el mantenimiento de su poder adquisitivo. Seguramente desde este sector de la población se desconoce el dato, porque de conocerlo seguramente se manifestarían para que sus nietos pudieran mejorar sus condiciones de vida. Tampoco se comprende que ni el Gobierno ni los partidos de la oposición pongan en el centro del debate un aspecto que debería hacer avergonzarse a cualquier sociedad avanzada. Es cierto que los más jóvenes no son votantes presentes, pero representan al futuro de la sociedad y de nada nos sirve elaborar agendas de crecimiento económico para 2030 si por el camino nos estamos dejando buena parte de nuestro potencial.
Estos datos son desoladores, pero si nos comparamos con los países de nuestro entorno la situación empeora aún más. En el último informe sobre la situación de la infancia realizado por UNICEF se ofrecen datos que sitúan a España como el tercer país con mayores tasas de pobreza infantil en Europa sólo por detrás de Rumanía y Letonia.
Dicho esto ya sabemos que tenemos casi un 30 % de los niños españoles en riesgo de pobreza, pero ¿cómo de lejos se encuentran de la media nacional? En este punto UNICEF ofrece un dato que sigue incidiendo en la gravedad de la situación, ya que los ingresos medios de las familias más pobres están un 40% por debajo de la línea de pobreza. No hay ningún país de Europa donde la desigualdad sea tan grande. Estas cifras de desigualdad se unen a la gran correlación que existe entre un niño pobre y un adulto pobre. Es decir, existe una alta probabilidad de que si un niño vive en riesgo de exclusión acabe convirtiéndose en un adulto pobre debido al inicio del círculo virtuoso representado por: abandono de los estudios, dificultades para encontrar trabajo, desempeño de empleos precarios.
Con estos datos cualquiera se preguntaría ¿qué está haciendo el Estado para revertir esta situación? ¿Existe algún plan o estrategia que diseñe un Estado de Bienestar que ayude a los jóvenes en riesgo de exclusión? Pues bien, la inversión en políticas de infancia suponía un 4 % del PIB en 2007 y se incrementó hasta el 4,4 % en 2010. Desde ahí se ha producido un continúo descenso por debajo del 3,9 %. Es más, si comparamos la inversión en infancia con respecto a lo invertido en prestaciones sociales para los pensionistas la inversión en infancia representa un 30 % del gasto dedicado a pensiones. Con esto no queremos decir que se debería reducir el gasto las prestaciones de los jubilados, sino todo lo contrario. Lo que buscamos evidenciar es que en el caso de las personas que han acabado su vida laboral existe un sistema (que con sus limitaciones) permite que este sector de la población tenga unas condiciones de vida decentes. Sin embargo, la población más joven no dispone de un sistema similar y esto es lo que explica que tengamos tasas de pobreza y desigualdad tan elevadas.
Bajo este prisma, ¿cuáles podrían ser las medidas a implementar? En este sentido, lo primordial es reconocer el problema y situarlo en el centro político. Nada podemos hacer si omitimos los datos y no nos damos cuenta de la gravedad de la situación. Sobre este punto, que el nuevo Ejecutivo haya creado un Alto Comisionado y haya puesto al frente del mismo a un referente en el análisis de la situación de la infancia como es Pau Marí Klose es un buen primer paso. Sin embargo, nada sucede sólo con crear un organismo, sino que es necesario establecer una estrategia y un buen plan de financiación. Para ello, según diferentes de ONGs se estima que un plan de inversión de 6.000 millones de euros sería una herramienta hábil para combatir la pobreza infantil. No obstante, es fundamental saber utilizar bien ese dinero que debería ir encaminado a garantizar la educación de los niños en las etapas más tempranas y asegurar una correcta alimentación para que crezcan sanos. Buenas ideas podrían ser asegurar que los niños desayunan en el colegio y tienen una alimentación equilibrada.
Sobre estas bases se puede comenzar a trabajar y tratar de no hipotecar el futuro de nuestro país. No parece lógico que nuestro mayor activo, las personas más jóvenes, sean abandonadas a su suerte. Probablemente en el futuro nos quejemos de seguir siendo un país de “albañiles y camareros”, pero entonces deberíamos preguntarnos si hicimos algo por evitarlo. Veremos.