El pasado viernes se presentaron los Presupuestos Generales del Estado y el debate económico se ha centrado desde entonces en aspectos como la amnistía fiscal o el recorte presupuestario de los Ministerios. Hoy hemos querido alejarnos un poco del centro de la discusión y presentar una idea que nos ha parecido cuanto menos ingeniosa.
Tenemos que recordar que el Estado puede realizar su política económica desde dos puntos de vista. Por un lado, tenemos la política fiscal donde se interviene en la actividad económica mediante la subida/bajada de impuestos y el incremento/reducción del gasto público. Por otro lado, tenemos la política monetaria donde mediante devaluaciones/evaluaciones de la moneda se puede mejorar la competitividad con respecto al resto de países.
Una alternativa a la obsesión por la política fiscal sería una devaluación de nuestra moneda. Mediante esta medida, lo que provocamos es que nuestros productos se hagan más baratos con respecto a los productos extranjeros y que se vuelvan más atractivos de cara a su exportación. Sin embargo, esta opción presentaría un inconveniente que es el empobrecimiento relativo de los ciudadanos españoles, ya que los productos extranjeros se convertirían en bienes más caros y menos accesibles para todos.
No obstante, es una propuesta interesante porque nuestras empresas se volverían más competitivas, y al aumentar sus ventas al exterior seguro que necesitaban más capital humano reduciéndose con ello la tasa de desempleo.
De hecho, esta medida no es novedosa y ha sido empleada en diversas ocasiones a lo largo de nuestra historia económica. En la crisis de 1993 el Ministro de Economía Carlos Solchaga impulsó hasta 9 “devaluaciones competitivas”. Esta circunstancia, ayudó a que esa recesión se superara rápidamente en lo que se conoce en economía como recuperación en V.
Existen en la terminología económica tres tipos de letras que ayudan a ilustrar la recesión y la recuperación económica. Una recuperación en V (como la que hemos comentado anteriormente), se produce cuando recesión y recuperación se producen de forma rápida y pronunciada. Por su parte, una recuperación en W es aquella en la que se produce una fuerte caída del crecimiento, posteriormente una leve recuperación y recaída; y finalmente un crecimiento sostenido. Por último, tenemos la letra L, en este tipo de crisis se produce una recesión grave seguida de un estancamiento prolongado. Esta última ilustración se corresponde con la situación económica actual.
Seguramente cualquier lector, llegado este punto, diría que lo que comentamos es imposible porque nuestro Gobierno no tiene en sus manos la política monetaria, ya que esta es responsabilidad del Banco Central Europeo. De hecho, este organismo parece cada día más propicio a practicar una política monetaria contractiva (subiendo el precio del dinero) para protegernos del orco de la inflación y que este monstruo no se escape de su caverna. Ciertamente, nuestros lectores llevan razón, pero existe una alternativa desde el punto de vista fiscal para lograr este mismo objetivo.
Los profesores de Harvard Emmanuel Fahri y Gita Gopinath y el profesor de Princeton Oleg Itskhoki han elaborado una interesante propuesta para solventar los desequilibrios comerciales que afectan a algunos países europeos.
La medida de estos profesores consiste en lograr los efectos de la devaluación monetaria mediante un cambio de impuestos. Se trataría de elevar los tipos de gravamen del IVA (una posibilidad sería una armonización del tipo general y el reducido en el 15 %, manteniendo el superreducido en el 4 %) y reducir las cargas sociales que suponen un coste en la contratación. Con la subida del IVA, todos los productos que se venden en España van a incrementar su precio, esto es, productos nacionales y extranjeros. Sin embargo, las empresas españolas que vendan productos al exterior no se verían afectadas por este incremento del impuesto, ya que el IVA no afecta a los productos que se exportan. Por otro lado, si se reducen las cotizaciones sociales, se van a abaratar únicamente los costes de las empresas españolas, o que empleen personal en nuestro país. La conclusión es que se obtendría el mismo efecto que con la devaluación monetaria, es decir, encarecimiento de los productos extranjeros y abaratamiento de los nacionales.
No obstante, también se van a producir los mismos inconvenientes. De todos ellos, tenemos que volver a destacar el empobrecimiento de la población afectada por la subida del IVA. Sin embargo, deberíamos analizar si los beneficios de ser más competitivos podrían superar este inconveniente, ya que se podría incentivar la contratación y ayudar a la solución del grave problema que es el desempleo.
En cualquier caso, no es una medida perfecta aunque si ingeniosa. Nuestros representantes deberían abandonar la fórmula de optar por la solución más fácil (recortar las grandes partidas del gasto) y buscar soluciones que ocasionaran un menor coste social. La tarea de gobernar no se puede resumir en buscar la opción más fácil, puesto que lo que uno busca de sus gobernantes es que analicen las opciones y elijan la mejor para el conjunto de la ciudadanía, aunque esa alternativa sea más compleja. Propuestas como la devaluación fiscal pueden entrar dentro de ese tipo de opciones y merecen ser consideradas por aquellos que tienen la oportunidad de tomar las decisiones.