Pocas cuestiones suscitan más debate entre los economistas como lo hace el salario mínimo interprofesional. Al contrario de lo que pudiera parecer, los efectos sobre el empleo o sobre la economía de subir o bajar el salario mínimo en una economía no es una cuestión inequívoca.
Existen numerosas teorías que estudian el fenómeno y que aprovecharemos para repasar en este artículo. Si bien, lo que es cierto es que ninguna tiene conclusiones absolutas sobre qué efecto tiene subir el salario mínimo.
Antes de evaluar los posibles efectos debemos decir que el salario mínimo puede concebirse como una medida pre-distributiva en términos de renta. ¿Qué queremos decir con ello? Cuando hablamos de redistribución de la renta, los Estados pueden intervenir normalmente a posteriori para garantizar que por la vía del gasto ayudan a luchar contra la desigualdad creando un cierto efecto redistributivo que beneficia a las clases con menores ingresos o de inferior riqueza. Sin embargo, en el caso del salario mínimo estamos ante una medida altamente eficiente en términos redistributivos, puesto que no necesita de intervención posterior, sino que de forma previa conseguimos mejorar la situación de desigualdad de partida.
Sin embargo, a pesar de que pudiera parecer un método perfecto para luchar contra la desigualdad, también debemos tener otros efectos que se producen en el conjunto de la economía cuando se decide subir el salario mínimo. En este sentido, vamos a partir revisando los argumentos que nos ofrece la teoría económica neoclásica que predice que un aumento del salario mínimo tendrá como consecuencia una reducción del empleo. Esto se debe a dos razones fundamentales. Por un lado, el pago de los salarios mínimos puede conllevar que las empresas deban aumentar los precios de sus productos y servicios, lo que podría derivar en una reducción de la demanda debido a que los consumidores no estén dispuestos a pagar precios tan elevados. A este razonamiento lo llamaremos «efecto de escala». Por otro lado, cuando los trabajadores que reciben el salario mínimo «se encarecen», las empresas podrían optar por eliminar dichos puestos de trabajo y sustituirlos por máquinas. A este segundo efecto lo llamaremos «efecto sustitución».
La teoría neoclásica no parte de argumentos equivocados. Sin embargo, está presuponiendo que la cantidad de factor trabajo es fija y viene dada. Igualmente, no está teniendo en cuenta otro efecto que conlleva la existencia de un salario mínimo, como es que los consumidores disponen de más renta disponible que pueden dedicar a consumir y por tanto al aumentar la demanda. De esta forma, los beneficios de las empresas podrían incrementarse.
De oro lado, existen otras teorías que se sustentan en supuestos diferentes. Un enfoque interesante es aquel que plantea que los empleadores ejercen un grado de poder de monopsonio. ¿Qué quiere decir esto? Se interpreta que los empleadores son los únicos compradores de un tipo particular de servicios laborales y en consecuencia disponen de capacidad para mantener los salarios en un nivel por debajo del valor de su contribución a la productividad. En el caso de verse obligados a un aumento de los costes laborales, como sería el incremento del salario mínimo, podrían encontrar en tal situación el incentivo para mejorar sus beneficios expandiendo la producción y el empleo.
Como estamos observando, existen distintas teorías económicas que evidencian que no existe un efecto claro de lo que podría ocurrir en la economía y el empleo ante una subida del salario mínimo. Cuando desde la política se plantea esta cuestión se debe tener en cuenta que los efectos no van a ser claros y que dependiendo del resto de variables (tipo de mercado laboral, cualificación de los trabajadores, modelo productivo, etcétera) los efectos en la economía pueden ser los buscados o por el contrario causar un perjuicio mayor al beneficio que se busca.
Plantear medidas y estrategias para mejorar el bienestar de los ciudadanos y reducir la desigualdad es muy necesario para avanzar como país. No obstante, conviene no precipitarse y medir muy bien el tipo de medidas a implementar. Actualmente, asistimos a un debate no sólo entre los agentes sociales, sino también a nivel interno del propio Gobierno al hilo de una posible revisión del salario mínimo. Deberíamos, no obstante, rebajar las expectativas sobre los efectos económicos beneficiosos o maliciosos en la economía porque la subida planteada es mínima. La cuestión en este caso debería ser, ¿merece la pena afrontar el desgaste? Es decir, no vamos a lastrar mucho el empleo (si es que la subida provocara dicho efecto) por subir 9 euros al mes el salario mínimo. Tampoco vamos a mejorar mucho la situación de precariedad de aquellos que reciben el salario mínimo. Dicho esto, no merece la pena afrontar una ruptura del diálogo social por una cuestión como esta en este preciso momento.
Quizá puede ser mejor estrategia «perder» o aplazar la batalla y diseñar una mejor estrategia para la lucha contra la desigualdad y la precariedad laboral. No perdamos de vista el fin, mejorar la vida de la gente, por ganar una batalla que no les va a cambiar su situación a aquellos a los que buscamos proteger.