La Gran Recesión dejó a los jóvenes como grandes derrotados de la anterior crisis económica. Muchos proyectos profesionales y vitales se desmoronaron y las tasas de empleo juvenil llegaron a cotas inasumibles (casi el 40 % en el caso español). Ante la falta de respuestas y con un futuro bastante incierto gran parte del talento cualificado emigró al norte de Europa en busca de un mejor futuro profesional. No obstante, esta situación no sólo dejó consecuencias económicas, sino que en muchos casos ha supuesto un importante reto emocional derivado de tener que abandonar una forma de vida con lazos familiares y sociales muy estrechos por otro estilo de vida completamente diferente.
Ahora, cuando las promesas de los políticos se centraban en que poco a poco los jóvenes irían recuperando sus oportunidades se adviene la crisis económica producida por la pandemia. De nuevo, los que más volverán a sufrir serán los sectores más jóvenes de la población y aquellos más desprotegidos.
Variables como la tasa de desempleo juvenil que ha crecido un 43 % durante la pandemia, los índices de pobreza infantil u otras variables como las dificultades para acumular riqueza o emanciparse, evidencian que uno de los principales problemas económicos de nuestro país es el futuro de los jóvenes.
Es cierto que la situación se agrava para aquellos casos menos cualificados, pero no deberíamos olvidar que una parte importante de los jóvenes se han sacrificado y formado académicamente para después no encontrar oportunidades laborales que les garanticen una estabilidad y futuro profesional.
De hecho, existen numerosos prejuicios que vienen lanzándose hacia los jóvenes donde en muchas ocasiones se les acusa de “no haber sufrido los suficiente” o de que necesitan “comer más barro” antes de reivindicar nada o de reclamar mejores oportunidades personales y profesionales. Convendría tener en cuenta que una sociedad madura no debería buscar que sus generaciones futuras sufrieran para aprender, sino más bien potenciar su valía y evitar que nadie sufriera. Seguro que es importante que los jóvenes trabajen duro y maduren, pero eso dista de tratarles con condescendencia o de no tratar con la debida relevancia este grave problema económico.
Dicho todo lo anterior cualquiera podría preguntarse por qué esta situación no centra el debate público y se enfrentan distintas estrategias para solucionarla. Si uno acude a la prensa diaria pareciera que los principales problemas siguen siendo el poder adquisitivo de los pensionistas, la apertura de la hostelería o el último exabrupto de algún dirigente regional con enorme gusto por abrir telediarios. La situación de los jóvenes no sólo no marca la agenda política, sino que es difícil encontrar la estrategia para abordar este problema por parte del gobierno o de los partidos que aspirar a gobernar.
Es cierto que abordar la situación de las clases juveniles puede no tener mucho interés electoral para los distintos actores políticos. Sin embargo, cualquiera que decidiera elaborar una estrategia económica del país no puede abandonar a las generaciones futuras a su suerte. Resulta inadmisible dedicar cantidades económicas muy importantes a formar talento cualificado y después no construir un modelo que les ofrezca oportunidades profesionales estables y de calidad. Aún más frustrante es que este capital humano emigre a otros países de nuestro entorno que son capaces de explotar su talento.
Con todo, además de contextualizar esta situación hoy nos proponemos dejar varias líneas de actuación que permitan diseñar una estrategia que ayude a enfrentar este problema.
Cambios en un mercado laboral dualizado.
Partimos de unas relaciones laborales en las que la Gran Recesión dejó una pérdida constante de derechos por parte los trabajadores más débiles y un desequilibrio en estas relaciones en favor del empleador. A esto se añade el daño reputacional y pérdida del poder negociador de los sindicatos que provocan que exista un enorme individualismo a la hora de gestionar las relaciones entre empleado y empleador. Todo se materializa en un mercado de trabajo dual, donde sólo se protege parcialmente los contratos más estables y de larga duración. Esta situación deja en una situación de enorme vulnerabilidad a las nuevas generaciones que inician su carrera profesional con contratos inestables y de escasa protección ante el despido. Se ha dicho muchas veces, pero nunca se llega a avanzar lo suficiente en este aspecto, es fundamental acabar con el mercado laboral dualizado para garantizar el futuro de las clases más jóvenes y que no pasen a formar parte de una nueva clase social conocida como precariado.
Un estado del bienestar que proteja a los más vulnerables
La OCDE ha valorado que el sistema de protección social de países como España calca la dualidad de su mercado laboral concentrando las transferencias sociales en aquellas personas que más contribuyen al sistema. En este sentido, es importante transformar nuestro modelo de protección social para llegar mejor y más rápido allí donde se encuentran los problemas. Es vital garantizar que los hogares más desprotegidos tienen el soporte suficiente para lograr que esta desigualdad no afecte a las generaciones más jóvenes. La evidencia empírica demuestra que las etapas educativas más importantes para garantizar la igualdad de oportunidades son aquellas más tempranas. Por ello, el esfuerzo de la protección social debe dedicarse a garantizar que estos sectores no quedan desprotegidos.
Por otra parte, es importante no aplazar más la reforma de un sistema de pensiones para hacerlo sostenible. El progresivo envejecimiento de la población y el aumento de la edad media de los votantes provoca incentivos en el corto plazo para dedicar el gasto público a estos sectores poblaciones. No es admisible seguir subiendo las pensiones sin tener en cuenta el factor de sostenibilidad y la esperanza de vida. Es un debate que se debe afrontar con pedagogía y sin mayor retraso porque de lo contrario la estabilidad del sistema no podrá garantizarse a largo plazo.
Potenciar la construcción de capital humano
El futuro de las economías desarrolladas pasa por centrar los modelos productivos en lo conocido como economía del conocimiento. Para ello, es fundamental construir sociedades donde se potencie el talento y la formación del capital humano. Pero dicho lo anterior, de nada sirve apostar por la cualificación de las generaciones más jóvenes si nuestro modelo productivo sigue basado en actividades de escasa cualificación. Por otra parte, el sistema educativo del que hablábamos la semana pasada debe iniciar una transformación para fomentar la creatividad y la diversidad cognitiva. Es importante construir un sistema donde prime el pensamiento crítico y abandone las actividades rutinarias.
Efectivamente, el reto no sólo pasa por abordar estos tres ejes, pero si suponen un punto de partida sobre el que empezar a trabajar. No obstante, lo primordial es reconocer el problema y comenzar a debatir sobre él. Como decíamos al principio provoca enorme frustración que esta cuestión no protagonice el debate político. Sencillamente porque nuestra sociedad no se lo puede permitir por dos motivos básicos. En primer lugar, los jóvenes son los cimientos para el futuro del país y conviene garantizar su robustez. Por otro lado, volver a dejar a su suerte a las nuevas generaciones puede convertirse no sólo en una problema económico, sino incluso social que derive en el auge de populismos antidemocráticos. ¿Estaremos a la altura?